“Yo, señor, rasgado de ojos y de corazón, limpio de conciencia y de
ahorros, de suerte oscura y risa clara, nací y vivo en un lugar tan
huido que amagando juntarse en él los rieles (¿las paralelas no se
juntan en el infinito?) el tren no ha podido acercarse. Mi infancia me
parece ahora cosa de prodigio. Sin embargo, cuando niño, tendía con
avidez de tentáculo a la todopoderosidad de ser hombre. La escuela se me
ocurrió entonces un invento de fastidio técnico. (No he variado
excesivamente de opinión). En el colegio me aburrí tan descaradamente
como un león de jardín zoológico. También en la facultad de derecho.
También en el cuartel de artillería. (De ahí sin duda mis mejores
defectos: mi vocación de soledad, tan chúcara; mi cargosa sospecha en la
incompatibilidad entre un profesor y un hombre de espíritu; mi
entusiasta desapego por toda disciplina, como no sea la que uno mismo se
impone, o si se quiere, por toda librea, sea de gendarme o de
embajador).”
Estas palabras forman parte de la “Autobiografía” que figura en la
introducción que hizo Luis Franco en 1931 a su libro América inicial.
Fue un extraordinario pensador que por sus ideales no dudó en
enfrentarse a las autoridades civiles, religiosas y académicas. Tuvo una
gran amplitud de conocimientos sobre muy variados temas. Toda esa
información, analizada, interpretada y recreada fue volcada en un
centenar de obras que lo hicieron uno de los escritores más prolíferos y
representativos de la provincia.
Murió el 1 de junio de 1988, en soledad y pobreza, próximo a cumplir
sus 90 años, en un asilo de ancianos de Ciudadela, Buenos Aires.
Hace un año exactamente, sus restos fueron trasladados desde Buenos
Aires a su Belén natal, como un reconocimiento de su pueblo a su más
grande escritor. Celebramos este primer aniversario revalorizando su
legado, que debemos transmitir a las nuevas generaciones.

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