Pablo Angelina había estado toda la noche recorriendo hoteles alojamiento.
Buscaba
a su mujer, María Belén Galetto, con quien estaba separado de hecho.
Alguien le había dicho que se estaba viendo con otro hombre.–¿Y por qué no, si estaban separados?
Pablo nunca contestó a esa pregunta.
Después de deambular sin suerte por varios sitios, atravesando Catamarca de un lado al otro, fue a esperarla a la puerta de su casa. Cuando María Belén llegó, Pablo Angelina bajó de su auto y se acercó a ella caminando despacio y por la espalda. Cuando estuvo a un par de metros, levantó la mano derecha. Empuñaba una pistola 22. Le disparó nueve tiros. Ahí nomás, en la vereda y a sangre fría, mató a la madre de sus tres hijos.
Sucedió la mañana del 9 de febrero de 1998.
El mismo día, a pocas cuadras de allí, Guillermo Luque estaba sentado ante el Tribunal Penal 2 de Catamarca acusado por el crimen de María Soledad Morales. A la hora en que Angelina estaba matando a tiros a su mujer, Luque escuchaba cómo los jueces pedían la captura de Elías Safe, un ex empleado de la Casa de Catamarca en Buenos Aires acusado de fraguar pruebas para demostrar que Guillermo había estado en la Capital Federal, muy lejos de Catamarca, la madrugada en que asesinaron a María Soledad. Sería una treta inútil.
Angelina –un comerciante de carácter impetuoso y expansivo, que según él a principios de ese año había conseguido llegar a su sexto millón de dólares– fue detenido, trató de hacerse pasar por inimputable y fracasó. Dos años después fue condenado a 18 años de prisión por el asesinato de su mujer, y llegó esposado a la prisión de Catamarca donde ya estaba Guillermo Luque, sentenciado a 21 años por el crimen de María Soledad dos años antes. Ambos habían sido condenados por asesinar mujeres y por el mismo tribunal catamarqueño, pero esto no tiene nada especialmente extraño.
Lo increíble son las vueltas de la vida.
Ahora, en la semana en que se cumplen 25 años del asesinato de María Soledad, resulta que Luque y Angelina no sólo están libres por sus respectivos crímenes, los más conmocionantes de Catamarca de los últimos años. También se hicieron amigos y es habitual verlos juntos por diferentes lugares de la ciudad. Realismo mágico. Catamarca es una Macondo recostada al pie del cerro Ancasti.
Guillermo Luque perdió a su padre y se separó de su primera mujer. El ex diputado nacional Angel Luque murió el 2 de mayo de 2011. La casa familiar –que habían bautizado “Puerta de Hierro”, en honor a aquella residencia de Perón en el exilio– fue vendida hace 10 años. En los días tumultuosos del caso María Soledad fue el búnker de la familia, ubicado en un sitio macondiano: para llegar hasta allí había que pasar por la mismísima puerta de la casa de Ada y Elías Morales, los padres de la chica asesinada. La familia de la víctima veía pasar diariamente a la familia del asesino. Por eso Ada Morales no se sentó más en la vereda.
Guillermo administró un tiempo la rotisería que su padre había puesto en el centro de la ciudad hasta que quebró y se dedicó a la actividad inmobiliaria. Tampoco le fue bien. Ahora cobra los alquileres de las propiedades que le quedaron, que no son muchas, y sobrevive con una herencia familiar más bien exigua: la fortuna se fue en honorarios de abogados que demandaron sumas millonarias durante los años del caso María Soledad.
Guillermo vive en un departamento de la calle Junín de Catamarca con una nueva mujer a la que conoció por Facebook. Y fue padre de nuevo hace pocos meses. Su hijo mayor –el que tuvo con su ex esposa en los años previos a su condena– ya está grande. Estudia Abogacía y juega al rugby. Guillermo va a ver sus partidos sábado por medio.
El otro condenado por el crimen de María Soledad, Luis Tula, parece tener una vida más reposada. Es abogado penalista hace varios años y tiene una activa presencia en los tribunales locales. Mantiene un perfil bajo pero no se esconde. Siempre anda de traje y devuelve el saludo cordial siempre y cuando lo saluden primero. Se volvió un tipo cauto.
Sólo le rehúye al encuentro con los familiares de María Soledad. Trata de evitar cruzarlos, porque sabe que la muerte de la adolescente aún es una herida abierta en su familia y en los amigos que se relacionan con ella. “Mis nietos me dicen, Mami, nosotros tenemos que andar con el dolor de la familia a cuestas y él anda como un gran señor por todos lados...”, repite en estos días Ada Morales.
El gran señor es él. Tula.
La relación de Guillermo Luque con Pablo Angelina tiene altibajos. Pasan de amigos que comparten salidas y diversión a enemigos íntimos en pocos meses. Tipos que se confían secretos pero que no dudan en acusarse formalmente en los períodos de odio. Hace dos años Luque denunció a Angelina a la Policía. Lo acusaba de robarle un auto que luego apareció estacionado en una esquina de la ciudad, intacto y con las llaves puestas. Por el caso se abrió una causa judicial que terminó en la nada y que Angelina superó sin contratiempos, aunque no fue el único problema que tuvo con la justicia después de aquel crimen feroz.
En 2010, Angelina salió de la cárcel en libertad condicional, pero volvió a los pocos días por amenazar a su madre. En aquellos tiempos escribió un libro al que le puso un título antológico: “22”.
Según él, eran los días que pensaba que iba a estar preso tras el crimen de su mujer, en el que siempre dijo haber actuado “en forma totalmente inconsciente”. Pero a nadie en Catamarca se le escapan las otras connotaciones del título: 22 era el calibre de la pistola con la que cometió el asesinato; y en la quiniela es El Loco.
El libro tiene un párrafo imperdible: “Este hombre, este ser que -si todos se tomaran unos minutos en conocerlo- simple y sencillamente incita a una filosofía de vida de paz y amor incondicional y sin límites...”.
No habla de Guillermo Luque sino de otro de sus compañeros en la prisión de Catamarca: Ricardo Javier Ocampo, el Maestro Amor, que en aquellos años estaba procesado por abuso sexual.
En ese entonces podría haber sido inocente, pero ya no. El año pasado, Ocampo fue condenado a 14 años de cárcel por seis hechos de abusos sexuales contra menores. La ruleta de la vida gira y gira, pero la bola cae en el misma ranura: lo condenó el tribunal oral 2 de Catamarca, el mismo de las condenas a Luque y a Angelina.
Ya en uso de libertad plena, Angelina fue detenido en 2013 en Jesús María, Córdoba, mientras iba en auto con una carga particular: dos Vírgenes y un Cristo que habían sido robados en la Capilla del Rosario de San José, en el departamento catamarqueño de Fray Mamerto Esquiú. Las imágenes eran la Virgen de las Mercedes, la Virgen Dolorosa y el Señor de los Milagros. Con ellos también viajaban cuatro candelabros de la capilla catamarqueña, construída en el siglo XVIII.
Angelina negó todo. Puso en su cuenta de Facebook que la Policía cordobesa le “plantó” las imágenes robadas para acusarlo a él, y que encima le robó 35.000 pesos en efectivo que llevaba por la venta de una propiedad.
El año pasado volvieron a detenerlo: llevaba en su camioneta Ford Ranger un enorme trozo de algarrobo que era la barra de un bar cuya dueña había denunciado, cuándo no, como robada.
Este año hubo más. En marzo fue arrestado de nuevo, acusado del robo de una computadora, una lupa electrónica y piedras semipreciosas de una joyería ubicada en una galería céntrica.
El robo tuvo otras dos cuestiones inverosímiles pero reales.
Una: Angelina, el acusado, publicó en Facebook la foto de una gargantilla con la frase “Pieza única en Rodocrosita”, como si quisiera venderla. Lo hizo seis días después del robo a la joyería, a cuyos autores la Policía buscaba por toda Catamarca.
Dos: según publicaron los diarios locales, parte de lo robado apareció tras el allanamiento al departamento de su amigo Guillermo Luque, ubicado en la misma calle del Colegio Del Carmen, la escuela de María Soledad, donde este martes pusieron una placa recordando el crimen.
Luque y Angelina. Difícil saber quién encontró a quién, pero ahí andan, en la Catamarca 2015. Comparten amores, odios y fantasmas de un pasado que nunca los suelta del todo. Qué se le va a hacer. Cada uno vive como puede.
Informe: Ariel Arrieta (desde Catamarca) Para el diario Clarín
Con la muerte del perro se acaba la rabia. Un tiro entre los ojos y listo!!!
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