Investigadores del CONICET buscan conocer quiénes y cómo fueron sus primeros habitantes
Bajo el título de “Los secretos de poblaciones milenarias en Antofagasta de la Sierra”, el informe señala que esa región del Noroeste Argentino es escenario de múltiples frentes de estudio que buscan conocer quiénes y cómo fueron sus primeros habitantes.
El texto del informe es el siguiente:
Ubicada en la provincia de Catamarca, la localidad de Antofagasta de la Sierra (ANS) forma parte de la Puna y está a más de 3 mil metros de altura. Rodeada de salares, su paisaje es mayormente desértico. Las huellas de los grupos humanos que la habitaron hace miles de años la convierten en un tesoro para los arqueólogos. Por eso, el lugar es escenario de múltiples campañas científicas que buscan desentrañar cómo y quiénes fueron allí los protagonistas del pasado.
Uno de los estudiosos del lugar es Carlos Aschero, vicedirector del Instituto Superior de Estudios Sociales (ISES) de Tucumán. Los proyectos que coordina giran en torno a tres temas: tecnología lítica, es decir, fabricación de artefactos de piedra tallada; estrategias de asentamiento y movilidad de cazadores-recolectores que vivieron hace entre 10 mil y 3500 años AP (Antes del Presente: es una escala de tiempo que toma como inicio el año 1950 del calendario gregoriano); y arte rupestre de aquellas milenarias poblaciones. También encabeza otro frente de trabajo en la Puna jujeña, específicamente en la localidad de Coranzulí.
Gracias a las expediciones, hoy se sabe mucho acerca de los primeros habitantes de Antofagasta de la Sierra. La zona que se estudia tiene 40 km2 y vegetación escasa, baja y esparcida. Los rastros indican que grupos dedicados a la caza y la recolección comenzaron a instalarse allí hacia el 10200 AP, e hicieron una ocupación efectiva del lugar entre el 9000 y 8900 AP. Desde entonces, y hasta el 8400 AP, se dividieron territorialmente por familias o linajes, según lo demuestra el arte rupestre y las partes esqueletarias humanas halladas. “Pronto comenzó la competencia por los sectores con mejores recursos”, cuenta Aschero, que ha participado de aproximadamente treinta campañas.
Los primeros habitantes recolectaban plantas silvestres y cazaban camélidos, aves y roedores. Más tarde evolucionaron a sociedades de pastores de llamas que manejaban recursos vegetales cultivados, aunque no abandonaron las anteriores actividades. Los animales servían como alimento pero también para mucho más. Se extraía la médula (caracú), cuero, tendones, y pelo para realizar sogas, cordeles y tejidos. Con los huesos confeccionaban artefactos; y el estiércol se aprovechaba como abono o combustible.
El espacio y los artefactos encontrados sugieren que la densidad de población era baja pero sus miembros sobrevivieron gracias a que entablaron interacciones con otros grupos que tenían acceso a recursos de la selva o los valles mesotérmicos. “Esas relaciones con zonas ecológicas distintas fueron cruciales para sostener tecnologías de subsistencia, como las cañas macizas de las Yungas para astillas y mangos o las fibras resistentes de la palmera Acrocomia chunta para textilería”, relata el investigador, y agrega que “ese nexo se incrementaría con la domesticación de la llama para la carga, lo que parecería ocurrir entre 4500-3500 AP”.
“Las excavaciones en estos paisajes del desierto permiten recuperar tal variedad de vestigios que abren líneas de investigación tan diversas como: artefactos líticos y cerámicos; microfósiles adheridos a herramientas de molienda; técnicas textiles y prácticas simbólicas referidas a ellas; procesos post-depositacionales, es decir, lo que las condiciones de clima y suelo han permitido conservar; caracterización de patologías y dietas; proceso de momificación natural, y más”, enumera Aschero.
Manejo de animales
Esa dinámica sociocultural y económica también es objeto de estudio de Silvana Urquiza, dedicada al estudio del manejo humano de los animales a través del tiempo -principalmente caza y domesticación de camélidos-, en cuanto a movilidad, redes de interacción, dependencia tecnoeconómica; a la vez que investiga cuáles fueron los procesos que actuaron en los huesos desde el momento de su entierro hasta que el arqueólogo los recupera. Para esto, compara materiales faunísticos vertebrados e invertebrados y sedimentarios de los años 800-500 AP recuperados en ANS y Coranzulí. Urquiza, que integra tres proyectos coordinados por Aschero y uno propio, también realiza experimentos tafonómicos en huesos – los cambios que se producen desde su entierro hasta que son encontrados- y de entomología forense en cerdos y llamas. A través del Centro de Interpretación Punta de la Peña, se exponen los resultados alcanzados en las campañas, con la guía de los habitantes del lugar.Arte rupestre
Entre las formas de expresión gráfica de los grupos originarios se destaca el arte rupestre, donde predomina el grabado, aunque también hay pintura, y los motivos incluyen formas geométricas, figuras humanas, de animales, y miniaturas de los cultivos. Estas representaciones se encuentran en paredones de forma tabular de entre 15 y 40 metros de altura, formados por mantos de lava volcánica solidificados.Para estudiarlas, los investigadores realizan su registro a partir de fotografías, calcos en láminas de plástico, dibujos a escala y fichas de relevamiento.
“Lo más interesante que nos muestra el arte rupestre es cómo los grupos humanos aprovecharon el ambiente con diferentes prácticas de subsistencia: caza, pastoreo, agricultura o interacciones con comunidades distantes. También los cambios sociales y políticos; todo se ve reflejado tanto en la distribución del arte como en su contenido gráfico”, relata Álvaro Martel, que trabaja bajo la dirección de Aschero en uno de los proyectos, y también desarrolla otro sobre rutas y tráfico caravanero.
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