Esa es la característica fundamental que atravesó la historia de eso que Ryszard Kapuscinshi definió como periodismo intencional: “el verdadero periodismo es intencional, a saber: aquel que se fija un objetivo y que intenta provocar algún cambio. No hay otro periodismo posible. Hablo, obviamente, del buen periodismo. Si leéis los escritos de los mejores periodistas – las obras de Mark Twain, de Ernest Hemingwey, de Gabriel García Márquez – comprobaréis que se trata siempre de periodismo intencional. Está luchando por algo. Narran para alcanzar, para obtener algo. Esto es muy importante para nuestra profesión. Ser buenos y desarrollar en nosotros mismos la categoría de empatía”.

El oficio del operador político en Salta - Daniel Ávalos

El párrafo es esclarecedor. Cita a periodistas que no necesariamente tuvieron un título de grado específico, pero sí interpelaron a un Poder que, otorgándole una direccionalidad determinada al todo en nombre del bien común, casi siempre se despliega para beneficiar a quienes forman parte del círculo; uno que formateando un mundo de vértigo informativo convence a muchos de que lo saben todo cuando en realidad se ignora mucho; y uno poder que por ello mismo va en busca de la prensa abarrotándola de partes, declaraciones, gacetillas oficiales, etc., las cuales resaltan lo conveniente para ese Poder y oculta los rasgos pocos convenientes del mismo. Esa zona oscura es la que ha desvelado por siglos a los grandes periodistas preocupados por alumbrar lo otros mantienen en las sombras.

Por esto el periodismo puede ser distinto. Y por puede ser blanco de ataques. En algunos países muchos periodistas son eliminados físicamente y en casi casi todos los poderosos buscar privar al irritante de los recursos indispensables para sobrevivir con el objeto de quebrarle la moral para así poder disciplinarlo. Todo salpicado con el clásico ninguneo, ese recurso fácil del silencio y los olvidos prefabricados que el Poder despliega – sobre todo – con quienes se asocian para formar medios más pequeños que visibilizaban lo que muchos grandes medios ocultan.

Dediquemos estas líneas a los periodistas de esos medios llamados “chicos”. Hagámoslo equiparándolos a esos equipos de fútbol que Osvaldo Soriano retratara con maestría en muchos de sus memorables cuentos. Equipos que siempre contaron con jugadores medio o abiertamente maltrechos, de físico poco atlético, alguno/a medio/a petiso/a, otro/a medio/a gordo/a, que calzan una indumentaria desteñida por el tiempo, pero siempre habituados a soportar el peloteo de los poderosos que considerando al mundo como un campo de juego que le pertenece, exigen que allí nadie se atreva a convertirles un gol o a patearles los tobillos.

El problema – claro – es que entro esos periodistas hay quienes gustan y saben golpear con abierto entusiasmo y entera lealtad. Lo del entusiasmo suele ser hijo de una convicción: la de creer que la investigación periodística debe ser relevante y que tal relevancia dependa de la trabajosa búsqueda de una porción de la realidad que el “Otro” esconde. La cuestión de la lealtad se asienta en elementos de otro tipo: el uso del documento y el testimonio cuya autenticidad debidamente corroborada convierte al informe en creíble, aun cuando el trabajo del periodista no reprima sus propias tensiones ideológicas.

Todo ello explica que muchos emprendimientos periodísticos sobrevivan a las arremetidas del Poder. Y que lo hagan apelando incluso a un tratamiento que no prescinde del humor, el sarcasmo, la recurrencia a términos ásperos del lenguaje o la incursión a titulares que apelan al chiste no por inocua superficialidad, sino por la firme convicción de que el humor suele sintetizar, como pocos recursos escriturales, la cara verdadera de una sociedad. Todos aspectos al que un buen periodista debe sumar la apuesta por ir conociendo más el lenguaje, respetando la escritura y buscando eso que denominándose “estilo” no es más que un consciente intento de enriquecer el vocabulario con el objetivo de transmitir lo mejor posible aquello que el periodista previamente ha tratado de conocer.

A todos esos hombres y mujeres de la prensa, a todos los que diagraman titulares y editan imágenes que ilustran las notas, a los que corrigen ortografía y redacción vaya nuestro fraterno reconocimiento en este Día que conmemora la aparición – en 1810 – del diario La Gaceta de Buenos con la que el intransigente revolucionario Mariano Moreno buscaba consolidar la Revolución de Mayo para dejar atrás definitivamente la el oprobio de la dominación externa.